La evolución de la lectura desde la invención de la escritura ha estado vinculada tanto a la modificación en los usos de los lectores como a la aparición de nuevos soportes. Ambas circunstancias obedecen, y se acompasan, a las siempre cambiantes necesidades informativas de la sociedad. La historia de la lectura, sin embargo, no está plagada de disrupciones violentas ni de alteraciones radicales en su sustancia.  Es, más bien, la de una lenta mutación o, desde la filosofía aristotélica, la de un cambio accidental: no hay generación ni desaparición de la lectura, sino la sustitución de una forma accidental de la sustancia por otra.

La lectura digital no comporta, por tanto, una ruptura radical en los hábitos y en las formas materiales existentes hasta ahora, sino que se inserta en el contínuum de la historia de la lectura, caracterizado por la coexistencia de soportes, tecnologías y públicos. Las dicotomías que parecen surgir hoy en día como algo nuevo, reproducen algunas de las dualidades del pasado, de ahí la necesidad de hacer un análisis desde una perspectiva transhistórica que nos permita comprender mejor el presente y el futuro de la lectura.